Los capitanes en los clubes de barrio

El capitán debe ser un referente para los más jóvenes; quizás más hoy en los tiempos en que todo tiene ser ya. El capitán es un espejo para los gurises del semillero. Es muchas veces un jugador con tantos años en la institución, con alma de pertenencia, que defiende los colores porque una derrota le duele más que a nadie. El capitán de un equipo conoce cada centímetro de la cancha; juega por profesión y trabajo, pero ante todo está el nombre de su segunda casa.

Si alguno todavía cree que estas cosas no tienen un plus en un juego cerrado ante uno de los mejores de la Liga, se perdió el triunfo de Parque Sur sobre Platense. Agustín Richard, goleador y figura con 18 puntos, entendió eso a la perfección.

Como si todo eso fuera fácil de alcanzar, los capitanes de los clubes de barrio necesitan algo más, por encima de estos triunfos y derrotas. El título de capitán de un club de barrio no se hereda, se gana en los lugares invisibles, donde la sencillez cotidiana se ríe de tantos apuros y resultados inmediatos. Agustín Richard se ganó ser el capitán del club de su barrio. No debe haber nada más emocionante en la carrera de un deportista exitoso, que los gurises de la Escuelita te vean como su ídolo. Y no exagero nada. Pueden preguntarles a esos pequeños o detenerse a observarlos en cada partido que Parque Sur es local por la Liga Argentina.

Afortunadamente, lo esencial a veces no es tan invisible a los ojos. En la previa al juego con el puntero e invicto de la Liga Argentina, mientras Agustín Richard se prepara con los suyos, Pedro vuelve a entrenar en el club después de largos meses de ausencia por un accidente que de milagro, por el trabajo de los médicos de un hospital de esta provincia y por el destino, no le costó la vida. Pedro pertenece a la escuelita sureña, tiene 5 años. El desprendimiento de una mesada le aplastó su cara. Se la borró, literalmente. Después de varias cirugías y un tratamiento que aún continúa con diversos especialistas, Pedro volvió emocionado con el alta hace algunos días. Podía regresar al jardín y al club a jugar al básquet.

El significado para un nene de 5 años de este día es inútil explicarlo. Volver a picar la pelota en el Gigante, buscar un doble con sus amigos, recibir el pase de un compañero… era volver a su vida anterior al accidente, con los quirófanos como parte del recuerdo. Pero jugar en su regreso con Agustín Richard de compañero significó para Pedro bastante más que todo eso.

Ahí juegan los capitanes de los clubes de barrio, en una mañana que para casi todos pasará inadvertida e intrascendente. Para Pedro fue un día inolvidable. Pasaron los días y escucharlo contar que jugó con el “Agu”, el día que volvió a jugar al básquet, es emocionarse. Eso regalan los clubes de barrio, lejos de las pantallas de la televisión y las camisetas marketineras.

Agustín Richard llegó al club a entrenar, simplemente como tantas veces. El amor por el club y la grandeza de los que ya ganaron está en esos detalles. Que cuestan poco y para los gurises tanto.

El partido de Pedro esa mañana fue entender que puede volver a su vida normal. El partido de Agustín a la noche fue confirmar que siempre se puede. El básquet, el deporte, una vez más para sentirse vivos. Para marcar el camino. Son los gurises los que eligen a los capitanes, en los clubes de barrio. Y ese amor es el que no se hereda, como los lugares en las familias, se ganan. Y no hay ni ascensos con los que puedan ser semejantes.

(Por Marcelo Sgalia, periodista deportivo y prensa del club Parque Sur).

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